La devoción al Cristo de San
Agustín procede de una iconografía arraigada y expandida por la comunidad de
los Agustinos, pues era en sus conventos donde se veneraban varias Imágenes con
la advocación del Santo Cristo.
Particularmente aquí, en Sevilla, la devoción al Santo Crucifijo de San
Agustín data del siglo XIV, siendo tal su devoción popular que en 1649, el
Ayuntamiento de la ciudad promete renovar anualmente el Voto de Gracia por
haber salvado de una peste a la población.
La efigie del Cristo, desaparecida
en los sucesos del 1936, responde a la imagen de un crucificado gótico, con
pelo natural, paño de pureza largo, de tela y nimbo aureolado, tocado con
corona de espinas.
En esta ocasión, encontramos una
representación pictórica de la iconografía, presentando la Imagen de la forma
en que solía venerarse: en un dosel de telas rojas, sobre un telón de damasco
dorado, con candelabros y lámparas votivas. Además, a sus pies, aparecen un
ángel tocado con corona real y cuatro alas, elementos propios de esta iconografía cristífera. La obra,
de factura anónima, mide 164 por 104 centímetros.
El lienzo, del siglo XVII, se
encontraba altamente debilitado, con rotos, rasgados, desprendimientos y
desconsolidación general del estrato pictórico. La superficie polícroma
presentaba un gran estrato de suciedad, además de deformación y bandas de
tensión por el debilitamiento de la tela. Ésta, muy frágil de poca densidad,
estaba reforzada con parches no académicos, así como adhesión de papeles y
cartones para reforzar el soporte. El barniz que protegía la obra se encontraba envejecido y altamente oxidado.
Fue necesario
eliminar todas estas intervenciones anteriores, que perjudicaban la integridad
estructural de la obra. Tras proteger el estrato pictórico, se procedió al
desmontaje y retirada del bastidor (realizado con listones de madera de forma
rudimentaria) y retirada de esos elementos ajenos a la obra. Se limpió
físicamente el reverso y se preparó un entelado completo del lienzo, para
dotarle mayor estabilidad. Tras ello, se consolidó el estrato pictórico,
devolviendo también la planitud al anverso de la obra, mediante aplicación
constante y controlada de humedad, calor, y presión. Se volvió a tensar en un
nuevo bastidor, encargado a medida y de fabricación académica, que permite
también la apertura mediante sistema de cuñas.
Posteriormente, se limpió la capa
polícroma de forma físico-química, realizando finalmente el injerto de piezas
de tela en los faltantes, para devolver la integridad física. Para terminar, re
aplicó un estuco en las lagunas que presentaba la obra, enrasando y
texturizando a posteriori, imitando las grietas y craqueladuras de la capa
pictórica, de modo que quedasen más integrados visualmente. Con la
reintegración, realizada con colores al agua y pigmentos al barniz, y el
posterior barnizado final protectivo se terminó el proceso de conservación y
restauración.
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